RULITO EL CERDITO Y EL
TESORO DE ESTRELLAS.
Rulito, era un pequeño
cerdito que se sentía muy solo y triste porque no hablaba con nadie. Como
alguna vez le había dicho su padre, antes de que el dueño de la finca vendiera
todos los animales maduros, Rulito creía que el oro era la mayor riqueza que
cualquier animal podría tener. Por eso, un día, tomó la decisión de escapar de
la granja y recorrer el mundo en busca de un tesoro que comprara su felicidad.
Oyó, en el establo, un
rumor sobre una granja cercana en la que yacía un precioso cofre antiguo, de
interior aterciopelado que guardaba diamantes tan gigantes como una palma
humana. Rulito corrió a alistar lo que necesitaría para su viaje, empacó una
galleta para comer más tarde y, con mochila al hombro, salió en secreto hacia
la carretera principal, de lado contrario al río. El dueño ni lo echó
de menos. Muchos bebés cerditos tenía y no se dio cuenta de que le faltaba uno.
Al medio día,
cuando sol estaba tan brillante que le daba a su piel un tono rosa platinado,
escuchó un lejano alarido. Con curiosidad, se acercó al lugar, tratando de
pisar con suavidad y esquivar las rocas del camino, para poder asegurarse de
dónde provenían los ruidos. Se acercó a un camino de arbustos silvestre y
descubrió a una tortuga con kimono que sufría de patas arriba.
-¡Señora! – Exclamó
Rulito – ¿Está usted tomando el sol?
La tortuga,
indignada por el comentario inocente que tomó por burla, respiró con esfuerzo e
intentó cambiar de posición sin éxito alguno. Resignada, le explicó a Rulito, con
un sutil acento oriental:-No, niño de cola enrollada; por favor, ayúdame. No
duraré viva por mucho si no logro cambiar esta posición.
El cerdito,
preocupado, se tomó la cabeza y miró alrededor, buscando algo para ayudar. Descubrió
por el camino de huellas que llevaba al arbusto que la señora tortuga se había
tropezado con una piedra y su bastón había salido lejos. Entonces, Rulito se
acercó, recogió el bastón y con él la impulsó hasta darle la vuelta.
-Oh, muchas
gracias, cerdo rosado, sin tu ayudado nunca me habría levantado- dijo
alivianada.
-¡Con gusto! Soy Rulito,
Rulito Montoya, el cerdito aventurero de las comarcas de la Sabana. Voy por
este camino a buscar un tesoro que está en una granja cercana y con el que seré
muy feliz… ¿Cómo se llama usted, señora?
La tortuga arrugó
los ojos mientras lo miró pensativa. – Soy Yuki, vengo del Japón. Yo voy por
este camino para ser feliz. Ha sido un gusto conocerte Rulito, pero debo darme
prisa y continuar.
Rulito se despidió,
pero se sorprendió al ver el extraño caminar de la tortuga. Movía las patas,
pero, a su parecer, no avanzaba. Lleno de curiosidad rompió el silencio: –
Señora Yuki, ¿por qué no camina?
–Estoy caminando,
Rulito.- le respondió riendo. - Me dirijo hacia el monte más precioso, más allá
de lo que vemos, donde el naranja del sol se combina con tonos azulados y donde
el mundo ha dejado que sus granitos de arena se hagan tierra.
Leyendo la mente de
Rulito, la tortuga agregó: – No puedo avanzar rápido. Mis patas son muy cortas,
pero eso no importa porque llegaré algún día y seré muy feliz.
En ese momento,
Rulito se dio cuenta de que habían avanzado apenas unos centímetros.
–¿Quieres ir así
tardes mucho? ¿Para qué hacerlo… no sería mejor evitarte la fatiga y quedarte?
¿No eres feliz aquí?
Yuki continuó
caminando. – Si, lo soy. Pero sin importar cuánto tarde, llegaré… Es cuestión
de voluntad… La pereza no me puede prohibir que en el camino sea más feliz que
si me quedo aquí.
-¿Puede que en el
camino seas más feliz que aquí?
-Si, aunque me
atasque cien veces, cien veces intentaré continuar… Adiós Rulito. Que aprendas
mucho en tu camino.
Después de su
encuentro con Yuki-san, Rulito volvió al camino principal y siguió por allí hasta
llegar al camino de robles. Al llegar allí, se detuvo, las palabras de Yuki lo
habían confundido. No entendía por qué le había deseado que aprendiera mucho,
¿no habría sido mejor que hubiera deseado que yo encontrara mi tesoro?, pensaba.
Siguió caminando sin prestarle atención a la dirección que no se dio cuenta de
que estaba en la dichosa granja hasta que se estrelló contra el pasto, que
llevaba meses sin cortar.
Rulito se abrió paso
como pudo, sintiendo el olor húmedo de la hierba e intentando no cortarse con
el filo de cada pasto. Por entre los verdes que le picaban en la trompa, observó
el techo de paja y las paredes de madera. El abandono hacía que la granja fuera
una casa de terror a la vista.
Pensó en su papá y
caminó hacia la casa.
-Mmm… si yo fuera
un tesoro, ¿dónde me guardaría?- pensaba en voz alta.
Pasó la sala,
revisando algunos muebles a los que las polillas habían dado un estilo
puntillista. Después de atravesar un pasillo desolado, llegó a la cocina. Todo
estaba vacío.
De repente, unos
ruidos metálicos lo asustaron. Se giró, pero no vio a nadie.
-¿Quién está allí?-
Preguntó con tartamudeando.
Más, cuando el
silencio había logrado calmarlo, haciéndole creer que eran sonidos en su
imaginació, escuchó un gruñido. Un gruñido claro, que le quitó la esperanza de
que fuera sólo imaginación.
Velozmente, una
gata parda de grandes ojos verdes le saltó encima, lo agarró con las uñas
filudas y amenazante le dijo: -Hmm… ser o no ser… he ahí el dilema. Querido
Hamlet, poseemos un problema- la gata hablaba sola, como para un amigo
imaginario. Miró a Rulito y susurró: - ¡Quién eres! ¡Qué es lo que quieres!
– So..so..soy
Rulito; Rulito Montoya, ve…vengo a bu…buscar el tesoro.
La gata lo miró
levantando una ceja y lentamente retiró sus garras del rabo de Rulito.
–Hmmm… aún con esa
patraña… Contaré hasta tres para que salgas de aquí. Dile a la gente la verdad.
Aquí no existe, ni existió tesoro alguno. Uno…
Rulito, a pesar de
su miedo, no se movió y le mantuvo la mirada a la gata que sonrió ante el
pequeño retador.
–Dos…- Dijo dejando
ver los colmillos.
-Pe..p…pero ¡por
qué me amenazas! Si yo lo único que quiero es… ¡Yo quiero ser feliz!
-¿Quieres… ser
feliz?- Le dijo ella, mirando fijamente al vacío, mientras guardaba las garras.
-Sólo necesitas ser
libre. Saber a dónde y por qué vas… Saber. Encontrar qué es lo que quieres ser…
- la tristeza líquida se lanzaba por sus ojos.
Rulito permaneció
mudo pues la gata le dio la espalda y se escondió en una de las alacenas
vacías. A través de la madera se oían los suspiros roncos por el llanto de
ella.
–¿Estás bien? …
-Si… sólo vete
ahora. Por favor…
–¿Estás sola?... Si
quieres… puedes venir conmigo.
-Si, estoy sola. –
dijo con la voz quebrada, sintiéndose incomprendida. - Pero no puedo ir
contigo. Encontrar un tesoro no es lo que yo deseo.
-Pero, tal vez… Una
amiga mía me dijo algo interesante… puede que en el camino seas más feliz que
si te quedas aquí…
La gata salió de la
alacena.
-¿Cómo te llamas?-
le preguntó Rulito.
–Soy Elizabeth.
Después de caminar
un rato y conocerse mejor, Rulito recordó que ya no tenía rumbo.
- Algunos me han
dicho que en el corazón del bosque de robles rosados, hay un lugar que contiene
todo lo que está hecho de estrellas ¿Eso tiene que valer mucho no?
- ¿Estrellas?
¡Claro, tiene que ser todo un tesoro! ¿El bosque está muy lejos?
- Hace mucho no
voy, pero creo que aún puedo llegar sin problemas – Le respondió con picardía y
salió corriendo mientras alentaba a Rulito a hacer lo mismo.
Rulito nunca había
corrido tan libre y tan contento. El viento le hacía aletear las orejas. Los
cachetes se le inflaban y reían con Elizabeth por los sonidos graciosos que
hacían.
Corrieron hasta que
las patas les dolieron. Bajaron el ritmo, sedientos y, al llegar al primer
claro del bosque, Elizabeth aguzó sus orejas y detuvo a Rulito que caminaba
distraído.
-No estamos solos.-
Dijo susurrante.
-¡¡¡Claro!!! ¡Cómo
vamos a estarlo si estamos los dos!
-¡¡Shhhh!!
Algo que se movía
dando vueltas a gran rapidez alrededor de ambos saltó hacia el centro del claro
y rugió. El león se quedó mirando fijamente a Elizabeth que se había puesto
delante de Rulito para protegerlo.
-Aww… qué tierna,
tú, protegiendo un sabroso filete de cola enroscada. En fin, muy bonita la
excursión al bosque, gracias por el bocadillo, puedes retirarte.
El león dio unos
pasos lentamente, mientras Elizabeth y Rulito retrocedieron hasta llegar al
tronco de un pino.
-Corre a mi señal,
yo lo distreré…. Nos veremos en el borde del bosque dentro de poco…- Susurró
Elizabeth.
- ¡¡Qué!! ¡Pero qué
planeas hacer!
-Confía en mí…
-Pero… ¿seguro llegarás?
La gata dudó un
momento, miró a Rulito y asintió.
–¿Así que no
quieres dejarnos pasar? León insolente.
-Elizabeth, ¿así me
hablas? ¿Ya te has olvidado mi nombre? Soy Sergio ¿Me recuerdas?
Rulito estaba tan
sorprendido que no había sentido los codazos, la señal, de Elizabeth.
Sergio se acercó
aún más y dijo: -No irás a ninguna parte.
-¡Rulito, Corre!-
Y en cuanto Rulito
salió corriendo, Elizabeth salió en dirección opuesta retando al león para que
la siguiera.
Elizabeth se trepó
por el árbol y, sólo por un instante, Rulito vio a los dos felinos emprendían
una carrera que él nunca habría podido dar. Sergio y Elizabeth arrancaron
veloces, perdiéndose entre los árboles.
En otra parte del
bosque, agotado por la carrera, Rulito caminaba mientras el estómago le rugía
del hambre. Había sido un día extraño. Había huido de la granja, había corrido
por alegría y por su vida y mientras pensaba en estas cosas, se acordó que
había llevado una galleta. Abrió su mochila, pero en ese momento oyó unas ramas
agitarse en un árbol cercano.
-¿Elizabeth, eres
tú?…
-Eli… ¡No me
asustes!
Miró a los lados y
al no ver a nadie, dio la vuelta. Pero se encontró a un enorme orangután de
ojos miel, alto y ágil que meneaba su pelo rojo frente a él.
El mono le sacó la
lengua y soltó la carcajada, pareció que iba a decir algo, pero al ver la
mochila de Rulito, se quedó pensando. Con gran rapidez, con una agilidad que él
nunca había visto en la granja, el orangután se abalanzó sobre la mochila y se
alejó con ella saltando de rama en rama, sin que Rulito pudiera hacer nada.
-¡¡No!! ¡¡Mi
mochila!! ¡¡Simio malo!!
Rulito, perdiendo
la esperanza de alcanzar a su ladrón, de encontrar a su amiga de nuevo y de
llegar al lugar del tesoro, se sentó a llorar. Miró el cielo y extrañó la
granja. Al menos allí tenía comida y techo.
Comenzaron a llegar
muchas preguntas a su cabeza ¿Por qué había llegado tan lejos de casa sin
pensar antes en que podía sufrir? ¿Si regresaba, sería feliz? Cuando estaba a
punto de devolverse, se acordó de los maltratos, la soledad y las razones por
las que antes se había ido. Pensó en el camino con Elizabeth y suspiró.
Cuando se sentó, triste
y cansado, miró el suelo y descubrió unas huellas familiares. Eran los pasos
arrastrados de una tortuga y el rastro continuo de un bastón.
-¡¡¡Yuki!!!- Gritó
emocionado.
Yuki, que seguía caminando
a su ritmo, escuchó los gritos acelerados de Rulito y sonrió.
Yuki le contó que
había visto un par de felinos caminando esa tarde y que no había visto a
ninguno de los dos heridos.
Con más
tranquilidad y animado a no abandonar el camino, Rulito acompañó a Yuki hasta
el borde del bosque.
En el camino, por
entre algunas flores silvestres que hacían que Rulito agitara la trompa
inconcientemente, Yuki le contó sobre su casa, un palacio de arena y mar; de
sus vecinos, los caparazón de nácar; y de su familia, numerosa y amable. Yuki era
la abuela de unas veinte hermosas tortuguitas morenas. A pesar de que
Rulito nunca se había enamorado y se sentía muy solo, Yuki le había contado
sobre su historia de amor y estaba inspirado en encontrar el suyo algún día.
La charla había
sido sensata, con el paso de yuki, habían tenido mucho tiempo para hablar. La
tarde ya se había puesto roja y las nubes parecían pétalos volando. Rulito
había tenido miedo, se había sentido solo y había experimentado el miedo de perder
a su amiga y volver a estar solo, pero estaba
admirado, en un solo día, el camino lo había cambiado.
-Si, hoy, he sido feliz.-
No habían llegado
al límite del bosque, cuando vio al orangután que se había llevado la mochila,
estaba decidido a acusarlo. Pero dejó de correr cuando vio que Elizabeth y
Sergio lo saludaban alegremente.
-Rulito, ¡te demoraste
mucho!
-Elizabeth, ten
cuidado, ¡ese león trató de matarnos!
Sergio se incorporó
sonriente y calmó el temblor de Rulito cuando le explicó que Elizabeth era la
gatita de su vida y llevaba mucho tiempo buscándola. Y que al verla allí, creyó
que él había sido un presente.
–Disculpa mi actitud,
no sabía que eran amigos. Yo lamento que el juego fuera tan agresivo... perdón
por asustarlos.
El orangután se
asomó detrás de ellos y le devolvió la mochila sonriente.
-Soy Fabián.
Rulito se apresuró
a buscar su galleta.
-Creíd quef erash
un Lafdrón- dijo indignado mientras las boronas de la galleta llovían desde su
boca.
-Elizabeth me pidió
que fuera a buscarte para que vinieras conmigo, por eso tomé tu mochila, creí
que me seguirías. Y cuando volteé a ver… ¡ya no estabas! Me regresé, pero
tampoco seguías ahí.- Dijo el mono
-Y él creyó que si
tomaba tu mochila lo seguirías y llegarías más rápido… lo que él no sabía era
que llevabas comida y que tenías hambre. Discúlpanos.- explicó Elizabeth
-Tengo miedo.
-¿Miedo? De qué-
preguntó Sergio.
-De querer y que
ustedes no me quieran…
Hubo un rubor en
todos, el pequeño cerdito estaba siendo sincero y cada uno había conocido la
soledad.
-Shakespeare, mi
amigo, el padre de Hamlet, decía que si no quieres sufrir nunca, no esperes
nada de nadie o de nada.- Dijo Elizabeth acercándose
-¿Y tenía razón?-
dijo Rulito.
-Para mí no-
Replicó Elizabeth –Si no esperas nada nadie… de nada, ni de la sociedad, ni de
tus amigos, no tienes esperanzas. Si no tienes esperanzas, no sientes ganas de
ser mejor para alcanzar tus metas, no tendrías voluntad de crecer, de buscar
las razones y los medios, y de ser feliz… Y si no quieres ser feliz,
entonces… ¿para qué existir?
-No te entiendo…
-Que por evitar que
lo que te rodea te hiciera daño, terminarías haciéndote daño a ti mismo, sin
valorar lo que podrías hacer por ti y por el mundo, sin crecer con los demás.
- Darte la
oportunidad de sonreír y disfrutar la felicidad que se encuentra en cada molécula
del mundo.- agregó Sergio.
Rulito sonrió. Se
abrazó con ellos y sintió el aroma de la corteza del árbol.
-¡Qué árbol más
grande!
-¡Es tu tesoro! -
Dijeron en coro Elizabeth, Fabián y Sergio…
-¿¡De qué hablan!?
– Replicó Rulito. -¿Se volvieron locos? ¡Elizabeth! ¡Dijiste que mi tesoro
estaba hecho de estrellas!
-No. Yo dije que en
el borde del bosque hay un lugar que guarda en sí todo lo que está hecho de
estrellas.
-Pero, entonces, ¿ahora
cómo seremos felices?
Yuki, quien había llegado
silenciosamente hasta ese último árbol, le dijo: -Como lo vayan inventando a
diario. Todo lo que ves aquí es el tesoro y la felicidad de todos, cada uno lo
siente como quiere al hallar la forma de ser feliz y de compartir esa
felicidad. Hoy soy feliz, porque desde aquí podemos ver todo lo que está hecho
de estrellas.
Fabian, Sergio y
Elizabeth comenzaron una carrera entre los árboles. Yuki le pidió a Rulito que
se sentara a su lado.
–Escucha, pequeño
de cola enroscada, hace millones de años, muchas estrellas explotaron para que
con el tiempo se formara este mundo. Este es el árbol más viejo que aún queda
en pie… aquí puedes ver átomos que han viajado por años y han llegado aquí,
puedes ver pedazos, vidas, relatos, historias como la nuestra y diferentes, sonrisas,
tierra, nieve, agua… todo lo que las estrellas crearon. Aquí encuentras
todo lo que fue y está hecho de estrellas.