II: A la entrega
Te quiero me decía. Ambos comenzábamos a apegarnos. Pero, ¿cómo no? Estábamos tan unidos en un idilio de comprensión, que la ausencia de un impacto amoroso de primera vista no me importó.
Yo sabía a que estaba jugando, tenía las cosas claras, pero calladas. Pero él no aludía a nada más que "No quiero que sea un juego. Yo te quiero". También hablaba de que en nuestro trabajo la gente no tenía porqué saber de su vida personal, de sus problemas, de su soledad.
Él con diez meses, yo con año y medio y después de un cine pues vino la propuesta. "Quiero estar contigo". Y finalmente iba a pasar.
Sería más consuelo para mí decir qué mal polvo... pero todo lo contrario. Más difícil se me hace.
Palabras de amor y actos de abandono que me aplastan por su acero ¿Porqué espero tanto tiempo? ¿porqué el café y el cigarrillo de la mañana me dejaron la ceniza y el amargo en mi garganta? Porque no sé si su ejemplo hipotético fue el comentario directo para decirme que sin serlo y sin decirlo era lo que era, la del domingo. La del corazón, pero del fin de semana.
"No quiero que te traten así, sólo quiero que lo pienses" Claro que lo había pensado, pensé, pero no pensé que me dijera eso precisamente después del momento en que cedí a sentir. Tantos que estaban detrás, tantos que perseguían eso, tanto que yo extrañaba ¿Porqué con el?
Me fui. No lo cacheteé por milagro. No lloré. No insulté. Sólo compañeros seríamos. "Sé que me odias, sé que no me contestarás, sé que no me hablarás, pero yo no dejaré de buscarte... porque te quiero."
Mi ansiedad era tal que la ira, la tristeza, la nostalgia del recuerdo y la esperanza ridícula se mezclaban en mi corazón y me daban ganar de cachetearlo y besarlo, al mismo tiempo, de matarlo y amarlo.
La confianza se me desbordó por las líneas del desespero. Lloré en silencio. Usada no es palabra, amada, tampoco.
Espero el final...
ResponderEliminar