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¿Quién es Lince? Soy un ser humano que ve en la realidad situaciones amargas y dulces. La metáfora, como una manera de ser implícitos, es mi modo de ofrecerle mis perspectivas sobre diversas cosas de el mundo que hemos creado. Espero lo disfruten.
"Límite es la palabra que define el momento en el que debes detenerte ante la dificultad de que tus decisiones no recaigan enteramente en tu voluntad". L.P

Momentos Creativos

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Fabro grafics

enero 11, 2011

0"¿Dónde Estoy?"

El suelo de baldosa imitación marfil de color terracota estaba impecable… en su mayoría.
-Qué…- Remilgando –No me mire así, Mija- Dice el sujeto en cuestión; un hombre de barba rala, contextura gruesa, piel porosa, cuerpo macizo y chamarra negra de cuerina.
Más desparramado que sentado, estaba apoyado en una pared blanca de cal, enfrente de una desgastada silla de madera, que no hubiera resistido el peso de aquel hombre en dado caso de que se hubiera sentado, justo en el umbral directo a la cocina, que parecía de juguete. La puerta inexistente de ésta era de una altura menor a dos metros y, en su interior, estaban todos los viejos regalos de bodas; una licuadora de base de pasta; una nevera, que cuando era nueva era blanca y ahora es de un color amarillento extraño; y una vieja estufa eléctrica con dos hornillos.
-No vaya empezar a regañarme… Usted siempre con el mismo cuento de que yo no me esfuerzo y que no lucho, pero ¡yo que me sacrifico por ustedes, mi familia!… ¡Yo no tengo la culpa!– Decía, con su voz madura de hombre 48 años que parecía arrastrar un catarro eterno, comenzando a sollozar; de una manera que parecía incoherente para la fuerza que proyectaba con su manera de hablar –No tengo plata!... no tengo- Tapándose la cara con ambas manos, mientras los poros anchos de su piel adquirían un aspecto reseco con un efecto mimético –La carga es muy dura, Mija; mis manos no dan pa‘tanto. Alimento cuatro bocas… tengo un hijo en el extranjero… la china está en el convento y al pela ‘o… David, Davidcito, está bien.  
Por un segundo, todo se queda en silencio. Apretó sus puños y frunció el seño moviendo su turupudo bigote.
La luz amarrilla, de bombillo de poca capacidad, irritaba los ojos y ofrecía una iluminación que distorsionaba las cosas. La miró a los cristalizados ojos e irritado giró la cara. Intentó levantarse fallidamente y se resignó a quedarse medio tirado en el piso.
De repente, se sintió en el mismo lugar de donde acaba de venir y sonrió. – ¡Fiesta! - Emocionado, comienza a tambalearse, movido por los ritmos que oía en su mente. La miró nuevamente y rió con un aire engreído. – ¿Sabe? usted era mucho más bonita antes… nunca se cuidó para mí, tragando basura y grasa… Marranona… y, tras de todo, quiere que no mire a nadie ¡No sea egoísta! Oiga, yo no tengo porque conformarme con sus gordos- Decía, como si fuera un niño de cinco años, levantando los hombros en señal de la poca importancia que significaba aquella inerme mujer. –Insisto en que me voy a devolver a mi parranda- intentando levantarse – Allá me adoran todas las nenas. No, no intente detenerme… Ni siquiera me hable porque sus palabras son incoherentes y pusilánimes… ¡Cretina inútil!
Al ver que no le detenían, volvió a desparramarse en el suelo, en medio de refunfuños y maldiciones. Bebió un trago más de aquel licor café claro de una marca que nadie reconocería. –Ahhhhj- algo resentido –Ese pasó por el camino viejo- Dijo, refiriéndose al trago. – ¡Fiesta!, ¡Fiesta! Que gente tan aburrida y tripuda me rodea, ni siquiera hablan un poquito, como para hacerme la conversa… Mija, ¡Fiesta! ¿No se le ofrece un traguito y pa´ la cama?
El silencio volvió a golpearlo, como el fantasma de su difunto padre lo hacía cuando repetidamente se sentaba a ver el amanecer completamente ebrio en cualquier calle de la ciudad.
-He dicho ¡FIESTA!- Y después de decir eso se resignó, mientras percibía un olor que no identificaba, un olor como a flor marchita.
Ese demonio del alcohol le había transformado con el tiempo; y ahora, a cada segundo, le quemaba internamente su alma, reforzando miles de prototipos de personalidad que no se interrelacionaban.
Se quedó mirando la pared blanca completamente absorto y, tras un suspiro –Mi  Amor, dulce María… míreme- La miró a los ojos, pero esos ojos inexpresivos de tanta tortura mental, espiritual y física le aterraron, al infundirle el miedo sagrado de lo imposible y divino; y retiró, como un cobarde, sus ojos verdes, cerrándolos fuertemente para evitar ver su obra. Porque él había hecho de ella lo que ella era ahí… si es que se puede decir que era. –Usted es el amor de mi vida y sin usted yo me muero. Es mi única esposa y mi único amor… Nunca la cambiaría por nadie. Jamás he podido pensar de forma diferente ¿Me perdona?
El silencio le irritaba cada vez más. En esta diabólica posición de recién nacido confundido intentaba susurrarse una respuesta, la respuesta que le habría gustado recibir;  imitando la voz de su mujer, en lo más bajo de una posición patética, se decía “te amo, te amo y te perdono” y cada palabra le quemaba más las entrañas porque le reventaba la cabeza contra una pared de mentira y de realidad. El silencio le quitaba las armas de la actuación y por primera vez este Nadie del silencio se mezclaba en la multitud, se reencarnaba en un nadie frente a él. Cuando el silencio decidió iluminarlo, en medio de la oscuridad absoluta, haciéndolo el protagonista de esta tragedia, El Imbécil decidió levantarse y comenzar su discurso político.
 –María, esta vez me has ganado ¡Maldita! Me has ganado y rezagado ¡Maldita! ¡Nunca fue mi intensión y por ende tampoco mi culpa!- Harto de que Nadie, siendo nadie, se apoderara de su esencia, comenzó a gritar, en un intento por sacar el remordimiento que su consciencia le estaba manteniendo como el veneno de sus borracheras. –Armando  fue extraditado y todo por mi culpa… ¡NO! no fue mi culpa…. Mija, perdóneme… Armando intentó escapar de esta vida que le ofrecíamos… Mija, no. Perdóneme… que le ofrecía yo; y ni siquiera supimos en qué se iba metiendo y  todo porque yo me sentía impotente de que me superara y decidí echarlo de la casa… Mija, no fue mi culpa- tomando un respiro que parecía irreal, continuó –Alicia…- Con las lágrimas en los ojos y deprimido –Ella está mejor allá… al fin y al cabo recluida al servicio de la caridad no tiene contacto con nosotros y con nadie ajeno a esa comunidad, al menos ella es un poco feliz-
El silencio comenzaba a aplastarlo y la aparición de sus lágrimas no abarcaba suficientemente el corazón roto de este hombre. De repente, comenzó a restregarse los ojos porque no podía creer lo que estaba viendo. El fantasma de su padre tomaba de la mano a María y la ayudaba a levantarse del suelo.
-¡No, no, no te voy a permitir que te la lleves! Ella es mía y sólo mía- Desesperado, sacó de su bolsillo izquierdo su billetera, tomó la única foto de María donde sonreía, cuando ésta tenía tan sólo quince años, y se la mostró al espanto que tenía en frente. En su mente, comenzaron a pasar miles de imágenes que habían debido ser felices, pero cada una era peor que la anterior; recordó la primera vez que la gritó, la primera ves que le pegó, las denuncias ante la policía, cómo sus amigos de borrachera lo azuzaban a demostrar su hombría limpiándose todo mugre en su mujer. En su mente, comenzaron miles de voces y de gritos a llamarle, tomando al mismo tiempo su corazón con fuerza, rasgándolo y exhibiéndolo al viento helado.
El silencio permitió que un par de sollozos llenaran la pequeña y destartalada cocina. El cemento de los ladrillos que unían el recinto era tan chambón como el esfuerzo ramplón del sujeto en cuestión por conseguir perdón de sí mismo. -¡No más… no puedo!- Luchando con la mujer que tenía en frente – ¡Cretina! Deja de reírte, deja de ignorarme… ¡Te mataré por joderme la vida, YO NO SOY LOCO! vieja estúpida… - Intentando recobrar el aliento que se había ido hacía mucho –David está bien.
David era un niño de contextura sumamente delgada, que al crecer haría cosas magníficas con sus dotes matemáticos. Sus ojos cafés de gran profundidad y sus peculiares orejas tenían un delicado vello de color  tostadito al rededor. David era de alma soñadora, sería un hombre ejemplar, de amor puro; era un sueño para ella y una nueva esperanza en su mísera vida. David era Nadie… y nadie es.
De pronto, frente al borracho, aparecieron, junto al espectro de su difunto padre, la imagen de María su único amor y de David el niño en vientre. La expresión impávida de María era muy distinta a la que tenía corpóreamente; ya que en el suelo,  su cabello lucía desordenado, sus ojos cristalizados con lágrimas acumuladas de tantos años, en su boca y en piso, que ella misma había encerado, escandalosa sangre seca que había salido mientras su existencia languidecía y en su vientre, yacía pulverizado en todo sentido el pequeño David.
El silencio rió frente al borracho y comenzó a giñarle el ojo seductoramente
– Yo no tengo la culpa…- Lo repitió seis veces, la misma cantidad de veces que acuchilló a María. –Yo no tengo la culpa… Dios- Decía ya sin lágrimas. El sujeto en cuestión respiró agitadamente, como en un ataque de nervios, y cerró firmemente los ojos, acariciando suavemente el mango del cuchillo helado, el que había clavado profundamente en su vientre buscando el perdón del amor, de sí mismo y de Dios.

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