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¿Quién es Lince? Soy un ser humano que ve en la realidad situaciones amargas y dulces. La metáfora, como una manera de ser implícitos, es mi modo de ofrecerle mis perspectivas sobre diversas cosas de el mundo que hemos creado. Espero lo disfruten.
"Límite es la palabra que define el momento en el que debes detenerte ante la dificultad de que tus decisiones no recaigan enteramente en tu voluntad". L.P

Momentos Creativos

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septiembre 17, 2012

La reunión de los desconocidos


Dos policías arrastraban a un hombre moreno. Lo sacaban como si la multitud de la Carpa Electrónica del concierto de la Mega Movistar Fest estuviese pariendo a aquel tipo de ojos enrojecidos que sostenía un cacho de marihuana. Pasó al lado mirando sin rumbo fijo, fumando aún la última cola del porro, que alumbraba como un moscarrón disfrazado de luciérnaga. Cuando uno de los oficiales se lo arrebató y lo tiró al piso, el hombre refunfuñó.

No era una gran multitud de manos encontradas y ritmos constantes que suele aparecer en los conciertos pregrabados de grandes bandas de rock y que luce como papilas gustativas moviéndose de un lado a otro. En aquella carpa, donde ya había estado Natalia París con un penacho de plumas en la cabeza, tocaba un dj de mangas arrancadas y gafas de sol anchas, mientras que algunas personas bailaban electrónica queriendo creer que estaban en algún codiciado club de moda de la capital.

Un par de muchachos que parecían recién salidos de alguna adaptación teatral de la serie Doctor Who hacían una especie de paso que parecía el baile del pizco y por más que la canción fuera otra el paso permanecía.  A la derecha, unas adolescentes gritaban conmocionadas, a la izquierda, unos muchachos estaban de cacería o conquiste. Más adelante, una mujer de cabello tinturado de rosa negro y rubio, con piercings de colores fluorescentes en la frente abrazaba a otra chica de cabello diseñado en forma de piel de leopardo.

El parque Simón Bolívar estaba dividido con lonas blancas y verdes; el sol estaba cubierto de velos corredizos por el viento y seguramente desde allá arriba se habría podido distinguir no sólo las multitudes sino también los puntos naranjas y verdes fosforescentes que eran el personal de logística y los policías que custodiaban el parque.

En la carpa de siembra, una chica espantaba al público con una versión macabra de una canción de Adele, mientras su saliva caía en las mallas del micrófono. Laura Acuña, en vestido de baño de flores, era jurado musical del concurso. El público era en su mayoría gente que conocía a quienes iban a tocar.

En la plazoleta de comidas, sólo había comidas rápidas. Las filas eran de considerable tamaño pero se movían rápido. Las mesas y sillas eran plásticas. Un poco más al fondo había unos cojines en el pasto y en frente unos parlantes que trasmitían la programación de la Mega y el cubrimiento de los corresponsales ubicados en distintos puntos.

En el escenario principal, en el mismo lugar donde el año pasado RHCP hizo vibrar el parque, la multitud sostenía dedos inflables y los movía desordenadamente. Algunas muchachas sobresalían sentadas en los hombros de sus novios o amigos y otros trataban de tumbarlas con la “brillante” idea de iniciar un “pogo”.

La tarde llegó sin transición. El escenario recibió al reggaetón de Reikon, de J Balvin y de varios más. Las pantallas de video trasmitían a un público loco por aparecer un instante ante todos. Llegaron instrumentos, salieron. Entraron bailarinas con ropa ajustada y garotas de vikini imperceptible con plumas blancas en la espalda y la cabeza. Las luces jugaron con las nubes pintando blancos luminosos en el cielo. Rompieron las sombras, revelaron el polvo flotante en el aire y recrearon la estela de una estrella fugaz.

Pero al final, allí y todas partes, entre salto y salto el espacio vital se redujo al contacto involuntario de brazos, codos y manos ajenas. Personas feriaban trago, escabulléndose entre la gente como serpientes. Pisotones, empujones y algunas escaramuzas de irse a los golpes. Besos románticos, miradas atrayentes. Un niño de 11 años susurraba entre gritos “guaro, guaro” y detrás un adolescente decía que si había “bareta”.
Había gritos de ovación y caderas sacudiéndose, condones lanzados al aire como bombas. La gente bailaba con desconocidos y daba nombres falsos. La música sonaba estridente mientras que mi pie luchando por mantenerse firme se quedó atascado en una falda negra de prenses que estaba en el suelo.

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